La Casa se fue y tú te preguntarás cómo, ¿acaso tienen piernas las casas para levantarse e irse en cualquier momento? Y yo te contesto que no, que las casas no tienen ni piernas ni brazos pero que sí tienen puertas y ventanas. Y las puertas tienen cerraduras y las ventanas persianas. Cuando nosotros cuatro nos fuimos de la Casa, cerramos las puertas con llave y bajamos las persianas de las ventanas. Las bajamos tanto que no dejamos ni una hendidura abierta que le dejara paso a la luz. Porque las casas son casas, no tienen luz propia, no tienen alma ni están vivas.
Las casas tienen vida cuando están habitadas. Cuando las personas que se acuestan y se despiertan en ellas sienten que están vivos e inundan el edificio de ladrillos y cemento con energía. Las casas por sí solas solo son eso, casas, pero se vuelven hogares cuando están habitadas. Por eso sentimos que ciertas personas son nuestro hogar, porque la sensación de estar “en casa” es una emoción que se podría traducir como: calma, seguridad, vitalidad, paz, alegría, energía, descanso, ilusión.
Pero una casa no puede darte esas cosas, por eso hay personas con la hipoteca pagada y las escrituras a su nombre y sin la sensación de tener un hogar. Porque lo que tienen es un edificio. Un edificio que sin personas que lo hagan un hogar se vuelve frío, húmedo, trabajoso, costoso, oscuro. Necesitan luz y necesitan vida.
La Casa ya no tiene ni luz ni vida. Al irnos nosotros cuatro se quedó vacía, se murió y se quedó oscura porque bajamos las persianas del todo y cerramos las puertas con llave. No hablo de la llave metálica que tiene un patrón específico que cualquier ferretería puede copiar. Yo hablo de otra llave. Esta otra llave es única y no se puede replicar, de hecho, cada persona que habitó en la Casa tuvo una llave distinta. Esa llave es sinónimo de percepción y experiencia.
La llave que tuve yo de la Casa era nueva, apenas tenía seis años. Mi llave representaba oportunidad, crecimiento, familia, historia, naturaleza, paz y curación. Mientras que la llave de mi Mamá que tenía cincuenta años representaba su vida entera, su infancia, el fallecimiento de su papá, su hermana y su mamá; representaba su primer amor, el nacimiento de su hijo, sus picias de adolescente, su primer embarazo, su primer negocio, sus amigas, su colegio. La llave de mi novio que tenía veinte y cinco años representaba los veranos en el pueblo, su infancia con Ulka, los paseos con la Yaya en carrito, sus papás juntos, sus amores veraniegos, las fiestas del pueblo, el aburrimiento, sus primeras borracheras, los paseos en bici con el Tato.
Todos vivimos en la misma casa pero las llaves que abrían la puerta principal eran diferentes. Todos veíamos lo mismo pero la llave de nuestro corazón, a través de la que experimentamos la vida, veía, interpretaba y procesaba todo de forma distinta.
Pensamos que vivimos lo mismo, que sentimos lo mismo porque claro, una casa que son cuatro paredes, un tejado, unas escaleras, un suelo de madera y una terraza se supone que no está abierta a interpretación, pero la belleza está en los ojos del que mira. Para Tato el pasillo por la noche medía ocho metros y para la Yaya, que lo había caminado ochocientas veces, medía apenas cinco. Yo que nunca había vivido en una casa con un ático saludaba a los fantasmas del pasado cada vez que subía a colgar la ropa, mientras que la Yaya colgaba la ropa en verano sin echar la luz mientras cantaba en voz bajita. Pensamos que estamos observando lo mismo, pero siempre estamos sesgados según qué ojos miran.
La casa se fue, pero sigue en el mismo lugar. No se ha puesto de pie ni se ha ido a caminar por el monte en busca de un terreno nuevo donde asentarse. No hay un espacio vacío entre la casa de Paquito y la de Sebio y Pili, pero nosotros pensamos que sí. Se ha vuelto invisible la Casa porque las persianas están bajadas y las cerraduras echadas. Aunque pasemos por su calle, no está la Casa, solo hay un edificio desconocido rojo con ventanas marrones. Ya no está la Casa. Hay un edificio vacío, sin vida y sin luz.
La razón por la que la casa se fue es porque nosotros cuatro la dejamos ir. Mamá, Tato, Jesús y yo nos despedimos de ella y con una sonrisa en la cara y un agujero en el corazón dejamos que se fuera. La liberamos y nos liberamos. Cuando vives ancalado al pasado, lamentándote por lo que pudo ser y no fue, te sueldas un eslabón en la muñeca. Cada día que no lo dejas ir cuando el Universo te está dando señales de que es la hora, te sueldas otro eslabón. Te quemas con las chispas y te ciegas con la luz explosiva al juntar el electrodo con el metal, pero no te importa porque la cadena le da sentido a todo. Si ya tienes la cadena puesta con tres eslabones, no puedes dejarlo ir. Sueldas otro. Y otro. Y otro. Y cada vez que te acuerdes de la Casa, te sueldas otro y antes de que te hayas dado cuenta has pasado diez años añadiendo eslabones a tu propia cadena, y llega un momento en el que no puedes levantar el brazo del peso que llevas encima.
¿Ahora cómo rompes la cadena de golpe? Tantos años trabajando en la misma condena, digo, cadena.
El Universo siempre es más sabio y es el único que puede hacer desvanecer todas tus cadenas de un plumazo y sin preguntarte nada. Te los quita de golpe, te libera, te deja volar alto, pero te da miedo porque has olvidado cómo se vivía sin el peso de la cadena tirándote hacia abajo todos los días. De repente levantas el brazo y ves que lo puedes llevar hacia lo más alto del cielo. Qué ligero, qué ágil, qué poca resistencia. Y te sientes mal.
Sin la cadena no sufres, pero deberías de estar sufriendo porque la Casa se fue. ¿O no? ¿Quién te ha dicho que en esta vida hay que sufrir? ¿Quién te ha dicho que es obligatorio vivir soldándote eslabones a la cadena? ¿Quién te ha dicho a ti que no se puede vivir sin la cadena?
La Casa se fue y nosotros nos fuimos. Nos montamos en el coche, pusimos la radio y no echamos la vista atrás. El Universo nos había quitado las cadenas y tocaba correr todo lo rápido que se podía hacia lo siguiente, la próxima aventura. Nadie dijo que perder no fuera duro, difícil y doloroso; pero sí dijeron que con cada nacimiento hay una muerte y que con cada muerte hay un nacimiento.
Al morir nuestras llaves de la casa, conseguimos llaves nuevas, relucientes, pulidas, fuertes y robustas. Estas llaves nuevas han abierto puertas nuevas e incluso más grandes y anchas. Veamos:
Un piso nuevo, luminoso, con suelos de madera, paredes blancas y relucientes, un sofá con forma de L al lado de una ventana enorme que inunda la casa de luz, un baño para cada uno, pasillos que ya no necesitan una bombilla para ser transitables, un hogar en un barrio nuevo con cuatro miembros de la familia más unidos que nunca, que hicieron la mudanza juntos y dejaron atrás capas y capas de piel vieja al hacer las cajas.
Una casa en el campo francés rodeado de árboles y flores, conviviendo con ciervos, vacas, cabras y Michi la gata mimosa, vecinos agradables que nos invitan a comer a su casa, un jardín inmenso lleno de árboles para escalar, rosales, un huerto, un granero de piedra, un taller, vigas de madera oscuras atravesando los techos, pájaros que pican en la ventana del dormitorio para despertarnos en verano y pájaros que pican en la ventana de la cocina para pedir comida en invierno, y sobre todo, una sensación de paz llevado al extremo.
Una habitación grande, amplia, blanca, nueva con una cama de matrimonio, sábanas que no son del Real Madrid, una ventana enorme que le da la vida cada mañana al despertar, un baño propio, y sobre todo, una energía más limpia y ligera para crecer como persona tal y como está pasando.
Hemos cruzado puertas nuevas y nuestras llaves pertenecen a cerraduras nuevas, hemos convertido edificios sin vida en hogares y nos hemos unido más aún. A veces lo que vemos como una desgracia, un fracaso y una maldición resulta ser una bendición que no estabas preparado para recibir años atrás. El Universo nunca se equivoca, pero como con las llaves, la belleza está en los ojos del que mira. Y yo os miro a vosotros, os observo y os admiro.
Os quiero y se me llena el pecho de admiración y orgullo al ver lo que habéis sido capaz de hacer, lo que hemos sido capaz de hacer. Nadie más tiene que entenderlo menos nosotros. Nadie más sabe lo que hemos vivido menos nosotros. Nadie más puede opinar porque sus ojos no son nuestros ojos.
Puedes leer los otros Cuentos del Pueblo aquí.
“Cuentos del pueblo son textos breves que he escrito inspirados en un pueblo muy pequeño del norte de España que conocí gracias a una persona muy especial. La yaya de esa persona se convirtió en mi yaya y ella, a día de hoy, sigue siendo mi gran inspiración cuando escribo sobre el pueblo.”
No puedo explicar con palabras lo que he sentido leyendo este cuento.
Es precioso
Gracias por expresar tan bonito una época dura de nuestra vida.
Te quiero mucho
bstos
No se como me encontré en este pagina pero I’m glad I did. I don’t usually read in Spanish because for all the fluency I have in understanding it (it used to my first language before it was beaten out of me in the 2nd grade when they decided to pull us out of the ESL program so that we could be “good Americans”), I’m not the most comfortable in reading or speaking it. But oh my, your writing is so beautiful and natural and it was just as if my mom was speaking to me in Spanish and my brain didn’t have to process it all. I simply understood. Just as I understand now what it is to make a home. I’m glad I stumbled upon this in the throes of my moving from an apartment with family/friends and back to my hometown while I transition to another apartment this fall. I already love Pomelo, but now I’ll come back to finish the Cuentos del Pueblo series, too <3