Siempre que escribo un Cuentos del Pueblo intento tirar de mis recuerdos de la Yaya porque ella siempre ha sido la representación más clara que he tenido del pueblo, pero este año las cosas han sido diferentes. Ese pueblo que antes era su lugar, su herencia y su territorio se han convertido en nuestro hogar.
Cuando nos mudamos aquí Jesús y yo, destripamos la casa entera: sacamos los muebles, vaciamos los ochenta armarios llenos de ropa, sábanas y toallas sin usar. Convertimos habitaciones en oficinas y el salón en nuestro vestidor. Pintamos todas las paredes de blanco y llenamos la casa de muebles hechos a mano por Jesús y de nuestros libros.
La imagen de la Yaya ya no está presente tan fuertemente porque hemos bañado la casa en nuestra esencia, pero lo curioso es que al haber retirado todas las cosas que ella había puesto aquí meticulosamente, la sentimos más de cerca y con otra vibración muy distinta. Ya no es la figura matriarca que manda y reina sobre este lugar, sino que es la mujer que nos ha bendecido con la posibilidad de vivir en este lugar tan bello. Ella es la tierra que ha permitido que nosotros plantásemos nuestra semilla aquí.
Cuando pierdes a un ser querido, tu corazón se ablanda. Por mucho que entiendas y aceptes la muerte como algo necesario, natural e incluso bonito; tu corazón sigue extrañando. Hace seis años nunca hubiera pensado que podría llegar a querer a la yaya de otra persona como si fuese mía, pero ha ocurrido. Y es algo que me hace sentirme muy afortunada de haber podido vivir. Ella siempre tendrá un hueco en mi corazón como persona, con o sin el término de “yaya” o “abuela de mi novio”.
La vida está compuesta de caminos y cada camino tiene un principio y un fin. Muchas veces intentamos alargar esos finales todo lo que podemos porque nos olvidamos de que hay miles de posibilidades nuevas esperándonos. Nos da seguridad alargar el camino en el que estamos porque lo conocemos, nos sentimos cómodos, sentimos que tenemos cierto control sobre lo que ocurre, pero ese camino tiene que acabar y acabará.
¿Quién sabe? Quizás mi camino en el pueblo esté acabándose, nunca lo podré saber con exactitud, pero lo que sí que debo saber es que cada día que pasa, ese camino es un poco más corto porque cada día recorro un trocito más de el. ¿Por qué cuando corremos una maratón fantaseamos con llegar al final? ¿Por qué cuando empiezo un libro fantaseo con imaginar cómo serán las últimas páginas? ¿Por qué cuándo estudio una carrera universitaria solo pienso en el día de la graduación? ¿Por qué los adultos viven con la ilusión de jubilarse? Hay cosas con las que ansiamos terminar lo antes posible y no pensamos dos veces en que acabarán, nos da igual, hasta lo deseamos, pero luego con otras caemos rendidos con las noticias de que se acabó la partida.
Yo sé que mi camino aquí acabará, igual que acabó en Málaga y en Barcelona. Yo sé que llegará un nuevo 19 de enero y estaré en otro lugar acordándome del día en el que escribí este texto sentada frente a la chimenea con el exterior cubierto de un manto blanco de nieve. Sé con todo mi ser que miraré hacia atrás y que sentiré la mayor alegría del mundo por haber tenido la oportunidad de vivir en el hogar y en el pueblo de la Yaya y de mi suegra. De haberme encontrado como persona y alma en este paisaje natural. Me reiré de lo que lloriqueaba en la huerta con el azadón en la mano porque me sangraban las palmas y me salían callos, sonreiré por la ilusión que sentía al ir a la huerta y ver que las plantas tenían tomates, pepinos, berenjenas, lechugas, patatas, cebollas, uvas, fresas, sandías y melones para coger y llevarme a casa todos los días. Miraré hacia atrás y sentiré que tengo el corazón llenito de oro por haber tenido la gran suerte de haber conocido a Jesús y de que su familia tuviese una casa en el pueblo para nosotros vivir una temporada.
Miraré hacia atrás y sonreiré con el alma feliz porque decidí iniciar un camino y se acabó. Porque tuve la posibilidad de ser libre y de poder elegir qué camino iniciar al acabar este. Muchas personas no tienen la posibilidad de hacerlo y cada día que pasa siento más gratitud por la vida que estoy creando.
Todo acaba. Lo bueno, lo malo, lo feliz, lo triste, lo mágico y lo terrorífico. Todo acaba y no podremos controlarlo nunca, siempre nos pillará por sorpresa. El control está en el interior de cada uno y si somos capaces de saber que la muerte llega y luego el nacimiento, estaremos preparados para todo incluso para nuestra propia muerte.
Por llegar a un fin no se fracasa ni se pierde nada, siempre se gana una oportunidad nueva. Y eso no es poco. Por eso voy a despertarme cada mañana agradecida de por estar aquí otro día más. Viviré siendo consciente de que todos los caminos se acaban (incluyendo este) y lo viviré de la mejor forma que pueda en cada momento.
El saber que los caminos se acaban no es triste, es una forma de observar tu entorno y tu vida con atención por si mañana no lo puedes volver a mirar. Te arraiga en el presente y te ayuda a disfrutar de lo que estás viviendo.




¿Qué son los Cuentos del Pueblo? ¿Cuáles son los anteriores? — Aquí tienes las respuestas ❤️🩹
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Nos vemos el lunes que viene a las 7:34 a.m.
Love, Emily