Cuentos del pueblo son textos breves que escribo inspirados en un pueblo muy pequeño que conocí gracias a una persona muy especial. La yaya de esa persona se convirtió en mi yaya y ella, a día de hoy, sigue siendo mi gran inspiración cuando escribo sobre el pueblo.
Hace mucho que no publico un “Cuentos del Pueblo” entonces os dejo aquí los enlaces a los anteriores:
Suelo coger el último fragmento del anterior y comienzo el nuevo siguiéndole el hilo.
Cuentos del Pueblo 02. “Poco a poco me he ido acostumbrando a las diferencias entre vivir en una ciudad y en un pueblo. Y tengo la suerte de volver a subir pronto. Pero esta vez será de nuevo, una primera vez.”
Había subido al pueblo incontables veces, pero aquella vez que escribí Cuentos del Pueblo 02 iba a ser de nuevo una primera vez porque era la primera visita que hacíamos sin la yaya.
La yaya había fallecido y el pueblo era suyo. Era suyo porque ella vivió la mayoría de su vida allí, se casó allí, tuvo a sus dos hijas allí y vio a uno de sus nietos nacer allí. Ella era la representación del pueblo en nuestra familia, ella era la que quería subir a ver qué tal estaba la casa y darle amor y cariño durante el fin de semana. Darle amor y cariño se traducía en limpiar. Yo nunca he tenido que inflarme a limpiar porque mamá se hacia cargo y nos hacía a todos los demás un favor.
El pueblo sin la yaya es diferente, pero hay cosas que permanecen. Ya no está para decirme “chica, cógeme eso que no llego” o “abrígate que hace frío hoy”. Ya no está para hacernos torrijas y dejarlas en la nevera bañadas en leche para el desayuno, ni para sentarse en la silla de la cocina cortando las patatas hervidas con paciencia para hacer la mejor ensaladilla rusa del mundo.
Ya no está.
Es cierto que ya no está su cuerpo físico aquí moviéndose silenciosamente por la casa grande que parecía más grande con ella dentro por lo pequeñita que era. Ya no están los ruidos de sus pies arrastrándose por el pasillo de noche, ni se oye el programa Sálvame de fondo en la tele de la cocina mientras los demás nos acomodamos en las camas para dormir.
Es cierto y le echo mucho de menos. Echo de menos agacharme para darle un abrazo, que me cambie el nombre cada vez que me llame, que me diga que vaya a desayunar con ella, que me pida la mano para caminar a mi lado. Le echo de menos, pero aunque ya no pueda tocar su cuerpo físico, sé que ella está aquí.
Su vida y su historia están tejidas entre cada ladrillo de esta casa y los geranios que hay en la terraza son sus flores favoritas. Los montes que rodean el pueblo son suyos porque siempre le han enamorado y si no sabías dónde estaba, seguro que le encontrabas en la terraza con algún papel o servilleta en el puño de la mano mirando el paisaje. Si no estaba apreciando las vistas, estaría mirando la higuera, tocando las ramas y las hojas, y al primero que pillase le diría que había que podarla. No paraba ahí, después de podar la higuera te pediría que limpiases la terraza y que luego bajases al jardín a quitar las malas hierbas y esas tres cosas se tenían que hacer sí o sí.
La yaya sigue viviendo aquí y no sé si en algún momento se irá. Ella sigue viva porque vivir aquí es recordarla y encarnarla. Vivir aquí es tocar algo y traer un recuerdo de ella a la mente. Vivir aquí es disfrutar de ella, de su historia y sus raíces con ella mientras podamos y esperar que esté contenta de tenernos ahora de inquilinos.
El pueblo me lo dio ella y agradeceré cada segundo que pase aquí porque esto no era mío, pero ella me ha dado un trocito para guardarme siempre en el corazón.









Qué bonito... <3 me ha recordado a una cita de Terry Pratchett que decía "Nadie ha muerto del todo hasta que no mueren las ondulaciones que ha provocado en este mundo. Hasta que se para el reloj al que dio cuerda, hasta que fermenta el vino que preparó, hasta que se recoge la cosecha que plantó". En este caso, esta yaya no morirá del todo mientras permanezca el amor por el pueblo que os transmitió :_
Las yayas deberían ser eternas. Y en realidad un poco lo son porque nunca se terminan de ir. ❤️🩹