El frío ha llegado al pueblo de montaña donde vivo. No sé si lo puedo llamar montaña porque realmente está en un valle rodeado de montañas. Montañas tan altas que ya tienen nieve en vez de gotas de agua.
Llevo siete meses aquí y por mucho que imaginaba cómo sería la vida tal aquí, cuando llega el momento, lo vives todo de forma diferente. El cerebro humano tiende a idealizar, como cuando me mandan esos vídeos de TikTok: las chicas viven en sitios como yo y salen a coger moras en un día soleado con una cesta de mimbre. Lo que no enseñan es que coger moras es un deporte de alto riesgo porque la planta te acaricia con sus garras y sus ortigas cariñosas. El frío también se idealiza. La chimenea, la leña ardiendo, el libro y la manta en el sofá. La taza de café con un latte art precioso mientras respiras el humo apestoso e invasivo de la chimenea. Ahora te huele toda la ropa a leña quemada y tienes que ir a por la leña al exterior congelado y subirlo al salón lleno de polvo, telarañas y posibles bichos a diario. No me ha tocado ir al monte en busca de leña y cortarla a hachazos aún, pero a este ritmo llegará. La leña calienta más de una vez y eso se aprende “the hard way”.
Que no se me malentienda, ahora mismo no cambiaría vivir aquí por nada del mundo, pero eso no significa que no esté batallando contra mi city-girl interior por este contraste inmenso que estoy viviendo.
Uno de mis libros favoritos es Canto yo y la montaña baila de Irene Solà y todo esto que estoy sintiendo y viviendo ahora en el pueblo lo representa muy bien en un capítulo de su libro. Voy a dejar algunas citas para apalancarme en ellas para construir este POMELO.
Páginas 63-65 (hablamos de un pueblo en las montañas).
“No me extraña que la gente de aquí arriba sea más buena, más auténtica, más humana, si respiran este aire todos los días. Y beben agua de este río. Y contemplan todos los días la belleza de estas montañas mitológicas, tan hermosas que duele en el alma.”
“Los de la ciudad vivimos rebajados con agua. Pero aquí, aquí se vive todos los días.”
“El tiempo también tiene otra consistencia aquí arriba. Es como si las horas no pesaran lo mismo, ni tuvieran el mismo color ni el mismo gusto. Aquí el tiempo es diferente, tiene otro valor.”
“Dios mío, qué paisajes. Deberíamos estar muy orgullosos, y a veces se nos olvida allí, en Barcelona, todos apretados en el agujero.”
“Son increíbles los pueblos, con esta tranquilidad, esta parsimonia con la que se toman el trabajo, la vida.”
La vida aquí en el pueblo es muy distinta y me lo imaginaba. Obviamente me esperaba una vida muy diferente a la que llevaba hace siete meses en el centro de Barcelona. Sabía que no iba a poder salir de casa y plantarme en cualquier cafetería de especialidad en cuestión de quince minutos. Sabía que iba a dejar de tener libretas y bolígrafos MUJI cuando las deseaba. Sabía que iba a dejar de ver personas de mi edad por la calle, ver outfits originales, ver carteles promocionando eventos o exposiciones o ver un mundo que cambia cada segundo. Sabía que dejaba atrás una vida para embarcar en una muy diferente.
Aquel piso en Barcelona y aquella vida que llevaba no me llenaba, tapaba boquetes con un yeso demasiado diluido dentro de mí y la humedad volvía cada vez que hacía frío. Luchaba en contra de mí misma y mi lado más natural-salvaje para tomar cafés caros, comprar compulsivamente, trabajar de sol a sol para poder pagar un piso extremadamente caro y no sentir siquiera que vivía. Lo dejé atrás y me fui en busca de algo real, de algo nuevo y de algo que estuviera vacío para poder llenarme yo dentro del lienzo blanco.
Tras siete meses en las montañas, me doy cuenta de que la naturaleza es lo menos estático que hay. Las hojas cambian de color a un ritmo unísono, los pájaros cantan y las águilas vuelan sobre tu cabeza mires donde mires. Los trigales tienen un ritmo y el ser humano lo respeta porque no puede modificarlo, se tiene que adaptar a ello. Los tractores se mueven lentamente dejando dibujos en la tierra removida y aireada a su paso, las huertas tienen un ritmo y se espera pacientemente para poder recoger los frutos. Las cosechas y las conservas se preparan en todo el pueblo a finales de verano porque se avecina el frío.
La naturaleza marca el ritmo y por la primera vez en mi vida me siento parte de un ecosistema en el que tengo muy poco control. No puedo controlar que haga ya dos grados, solo puedo controlar las capas de ropa que me pongo. No puedo controlar que sin la leña prendida me convierto en un cubo de hielo y siento cómo se me atrofian los músculos, solo puedo echar leña y vigilar que la llama no se apague. No puedo controlar que los árboles estén mudando las hojas dejando una manta roja y naranja en sus pies, solo puedo observar y entender que formo parte de este ecosistema y adaptarme a él.
Aquí la naturaleza marca el ritmo y las agujas del reloj no tienen valor, lo tiene el sol. Los rayos se asoman a las ocho y veinticuatro de la mañana y desaparecen a las cinco y treinta y nueve de la tarde. En Barcelona, a las 6 estabas merendando un café y coincidía casi el inicio del turno de tarde en el trabajo. Aquí, esa hora marca que es hora de ir a casa, te entra sueño, se te quita el hambre y pierdes de golpe toda la energía. Baja la temperatura y la leña es un abrazo caliente, las llamas te hipnotizan y los párpados se vuelven pesados.
Me encuentro luchando para seguir con mi vida anterior de ciudad en el que las seis de la tarde significaba productividad y energía en un entorno rural donde el tiempo tiene otro olor y sabor. Me encuentro en medio de un paisaje que me comunica el ritmo que hay establecido y siento que estoy nadando a contra corriente.
Aquí hay paz, hay tranquilidad. Las agujas del reloj están detenidas y la naturaleza está desapareciendo para prepararse para el invierno frío y oscuro. La parsimonia reina más que nunca y lo siento dentro de mí. Ahora mismo, este ritmo lento forma parte de mi estado natural y siento que puedo liberarme de las riendas y dejarme llevar, pero primero tengo que respirar profundo e interiorizarlo.
Qué bonito y sincero es este POMELO. Qué sensaciones tan honestas has transmitido.
Es irónico que te hayas desecho del reloj porque este POMELO se ha publicado a las 7:35, así que lo confirma.