Nos fuimos al pueblo en una furgoneta alquilada con un conductor africano. Se llamaba Mor, cosa que me pareció una adecuada casualidad porque me recuerda mucho a la palabra “amor”. El inmobiliario de nuestro anterior piso en Barcelona me dijo que nos teníamos que querer mucho para irnos a un pueblo casi vacío los dos juntos. Que ¿qué íbamos a hacer todo el día los dos solos? Siempre estamos los dos solos. Pero no es como piensas. Tenemos amigos, pero no muchos, y nos gusta socializar, pero tampoco demasiado. Pero sabemos estar el uno sin el otro, y eso es lo más importante.
Somos dos personas individuales con gustos muy distintos para algunas cosas pero que de vez en cuando encontramos una tangente donde reunirnos. Las tangentes son dos rectas que se encuentran en un punto sin llegar a cortarse. Nosotros no nos cortamos. Tu tangente y la mía se encuentran en muchos puntos distintos en muchísimos planos distintos.
¿Pueden existir diferentes planos junto a distintas tangentes? Yo digo que sí, no se me dan bien las mates ni la geometría. No sé si puedo hablar de tangentes, pero lo voy a hacer.
Mis tangentes son las novelas, la música que se puede cantar, el silencio, el café con hielo y las conversaciones largas. De vez en cuando tenemos tangentes en las que reunirnos. Tus libros son aquellos que te enseñan cosas, tu música es de raperos que te chillan al hablar, tu café es sin hielo y tus conversaciones tratan de añadir monosílabos en puntos estratégicos para mantener la conversación viva.
Somos dos entes con mundos internos inmensos con su propia trayectoria y camino en esta vida. A lo largo de seis años hemos conseguido mantener esta regla en pie y acompañarnos sin cortarnos como las rectas secantes. No queremos cortar la trayectoria del otro. Las alas mientras más grandes mejor. Así tú me llevas a mi y yo a ti cuando te canses.
El inmobiliario tenía mucha razón, sí que nos queremos mucho. Esa palabra de hecho se queda corta, pero tú y yo nos entendemos.
Hace años fantaseaba con el pueblo. Escribía los cuentos del pueblo porque lo anhelaba y no era capaz de sentir lo que siento en el pueblo en cualquier otra parte de la península (y mira que lo he intentado). Cuando pensaba en el pueblo, lo veía todo de color rosa aunque en mi caso era más bien amarillo brillante, como la luz del sol o blanca como el aura del paraíso. Cerraba los ojos y veía a la yaya sentada en el sofá de la cocina viendo el sálvame deluxe, limón, naranja y kiwi mientras la mamá se echaba la siesta después de recoger la cocina y decirnos que nos fuéramos por ahí a disfrutar. El tato, tú y yo siempre encontrábamos algo que hacer por el monte, perdidos entre árboles, ríos y calor. En invierno nos perdíamos de las mismas maneras pero con más capas de ropa.
Los tulipanes en la huerta de Paco llenan el pueblo de color y de alegría, las plantas de los tomates parecen una selva densa escalando los palos de hierro que las sostienen en pie. Las reuniones del pueblo en las huertas a las ocho de la mañana te hacen sentir que perteneces a un club social en la que los más mayores se saben todos los trucos.
El pueblo se vive diferente ahora que es mi hogar permanente, en ninguna otra parte de España me habían dado la bienvenida al empadronarme. El anhelo que sentía cada vez que pensaba en el valle sigue dentro de mi cada día y no quiero que desvanezca. Quiero sentir ese anhelo cada vez que piense en el pueblo y quiero que las mariposas en mi tripa me recuerden lo afortunada que soy y lo feliz que soy.
Cuando era una enana e íbamos en coche hasta la casa de mis abuelos, le decía a mi papá que estaba nerviosa porque sentía cosquillas en la tripita y él me decía que no: que eso era la ilusión y la felicidad. Durante muchos años confundí la ilusión con ansiedad, pero aquí sé que es ilusión.
Ilusión por vivir en un paraíso natural, intacto, sin la influencia del hombre moderno viniendo a mejorar. Aquí nadie se asoma, en los pueblos nada más que hay viejos y catetos. En el pueblo está la tradición, la cultura, la sabiduría, el coraje, el respeto por la naturaleza y la belleza en estado puro.
Y yo he necesitado encontrarme contigo en una tangente de esta curva del mundo enorme para poder disfrutar de esta forma de vivir, que si no nos hubiéramos encontrado en el plano x, y o z, no podría estar aquí, en el pueblo.