39. La sociedad moderna exige que seamos perfectas.
Y cuando lo "conseguimos", cambia el canon.
Uno de los mejores libros que he leído este año es “Este libro te salvará la vida” de A.M. Homes. Subrayé un párrafo que me hizo reflexionar y siento que encaja a la perfección ahora mismo con mi vida y mi crecimiento personal.
Lo que subrayé: “En América todo el mundo es alguien. Tienen tanto y todos quieren más. En mi país todos somos don nadie; es más sencillo. Aquí todos intentan ser alguien distinto. Van al médico y se cambian la nariz, se agrandan los pechos… ¿Por qué no están contentos de tener una nariz que funciona y un clima siempre bueno?”
Desde hace un mes vivo en un pueblo enano en medio de un valle desconectado del mundo moderno. Aquí lo importante es que te crezcan bien los tomates y que no venga una helada que te deje sin comida. No hay prisa por hacer las cosas y nadie piensa en impresionar a nadie. Aquí el más chulo es el que tiene la huerta más bonita y productiva. Nadie se fija en tu ropa ni en cómo llevas el pelo, de hecho es bastante probable que se rían de ti si paseas por el monte con unas Nike Jordan por lo poco prácticos que son.
El tiempo pasa a la misma velocidad que en cualquier otra parte, pero lo extraño es que nunca te falta tiempo. Cuando vivía en Barcelona iba a contrarreloj y nunca me daba tiempo de hacer todo lo que quería, pero aquí sí. Aquí no tengo despertador, me despierto cada mañana con la luz del sol que entra por las ventanas - puede que me vaya a dormir de nuevo porque no me apetezca madrugar, pero no necesito que la alarma me pegue un susto cada mañana para decirme que ya es de día.
Desayuno sin prisa y siempre encuentro tiempo para sentarme en la terraza al sol. Sonará a locura, pero sé qué hora es por cómo me siento, no necesito mirar el reloj para saberlo. Sigo mirándolo porque es una costumbre que tengo: saber exactamente qué hora es, pero puedo vivir sin ello.
En esta casa ya no existe “la hora de almorzar” o “la hora de cenar”, es momento de comer cuando ruge la tripa y hay hambre, tampoco es siempre así de perfecto, pero sí ha habido un cambio considerablemente grande en cuanto a “comer por rutina”.
Otra cosa que ha cambiado desde que vivo aquí es la forma de verme a mí misma, no me comparo con nadie porque no veo a nadie de mi edad. No deseo tener X ropa porque solo veo a hombres con botas de monte y pantalones manchados de barro y grasa. No me obsesiono tanto con peinarme y llevar el pelo de tal manera porque solo me voy a ver yo cuando me mire al espejo. Ese tipo de pensamientos han pasado a un segundo plano o incluso los he olvidado.
Ya no deseo encajar en el canon de nadie porque aquí nadie tiene canon, no sientes que las personas te juzgan por tu físico y no tienes que competir con nadie. No hay nadie con quién competir. Como mucho podré comparar nuestros tomates con los de las huertas adyacentes.
En cuestión de un mes he sido capaz de re-conectar conmigo misma en muchos planos sin intentarlo, no sabía que tenía cables tan mal conectados en mi cerebro, hasta que en el pueblo los he dejado de usar, permitiendo que cableados nuevos se formen. Tenía muchas glipolleces (perdón) en la cabeza por culpa de vivir en una sociedad tan “moderna”. Me sentía inapta, me comparaba con desconocidas, deseaba bienes materiales que no me iban a aportar nada a mi vida, solo encajarme en un gremio al que era “guay” pertenecer, buscaba validación externa continuamente y aún así: no era capaz de sentirme yo al 100%.
Es como si al venir aquí me hubiera desnudado por completo y me hubiera quedado solo con lo necesario. Aquí son mucho más útiles unos Crocs que unos Wallabees, te preocupas mucho menos por manchar un chandal que unos Levis de 150 euros, un buen libro te va a aportar mucho más que un móvil sin wifi y cobertura…
Cuando estás desnuda y te sientes bien, eres capaz de construir sobre unas bases mucho más sólidas sin pensar en las demás personas. Hace unas semanas mientras trasplantaba geranios y plantas de fresas, me vino la pregunta de si habría que priorizar lo que sentimos o lo que vemos en el espejo. Me explico: si no tuvieras espejos en tu casa y no te hicieses selfies, no sabrías que aspecto físico tienes. Solamente podrías basarte en lo que sientes. Si vuelves de trabajar en el monte o de correr 6 kilómetros, sentirías que has sudado y que estás lleno de barro, cosa que provocaría incomodidad entonces querrías ducharte y asearte. La cosa es que te ducharías por cómo te sientes, no por cómo te ves. Si no me peino y dejo que mis medio rizos asomen sin que me importe cómo se vea mi pelo físicamente, me siento mucho más cómoda y mucho más “yo” pero si me miro en el espejo, me veo pelo de bruja. ¿A qué le hago caso? ¿A cómo me siento o a mi reflejo acompañado de un juicio psicológico?
Me pareció una reflexión curiosa porque al final en la sociedad moderna, vivimos cada instante pensando en el reflejo, en la foto y en cómo nos ve otra persona. Esto llega a un nivel tan extremo que somos capaces de someternos a cirugías y procedimientos que modifican nuestro caparazón exterior permanentemente, y encima pagando un dinero elevado por ello. Entonces yo me pregunto, ¿es todo esto necesario?, ¿lo hacemos porque realmente sale de nosotros o porque queremos que nuestro reflejo nos diga que encajamos mejor en la sociedad moderna?
No tengo la respuesta y tampoco ninguna certeza, lo único que sé es que me he sentido mucho más yo desde que no me miro en el espejo y esos pensamientos que tanto daño me hacían se han desvanecido simplemente al cambiar de entorno.
HABLEMOS ⬇️
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O sino, considera contestar a alguna de las siguientes preguntas:
¿Sientes que te afectan negativamente los cánones de la sociedad moderna?
¿Qué consejos te darías o le darías a otra persona para poder quererse más?
¿Si no nos queremos nosotros mismos, quién nos va a querer como necesitamos?