El otoño llegó hace trece días. Eso significa que he tardado trece días en entender qué me está pasando. No está mal, considerando que el año pasado no me di cuenta hasta la llegada de la primavera.
Las estaciones ocurren sin que las podamos detener. No tenemos ni el más mínimo control sobre ellas, y muchas veces no somos conscientes de todo lo que nos afectan. Pero solo puedo hablar por mí, así que hablaré en primera persona.
Ha llegado el otoño y he observado cómo los árboles verdes y frondosos han dejado caer cada una de sus hojas. El césped verde del jardín ha sido cubierto por un manto marrón. Los árboles sabían que su momento había llegado. El verano ha acabado, y la fiesta también. Toca descansar. Toca soltar. Toca morir para volver a nacer. Las hojas caídas protegerán el suelo de lo que está por venir: los cero grados, el hielo, la dificultad. Todo se tensará y se volverá más difícil con cada grado que baje en el termómetro.
El suelo de la huerta fértil, suelto, suave y sedoso del verano será protegido por las hojas caídas. Y yo, quien también estaba suelta, fértil, alegre y vivaz en verano, seré protegida por mi chaquetón rojo, mi gorro de lana, mi bufanda y mis guantes. Mi propia capa de hojas.
Todo se está tensando desde que las hojas cayeron de los árboles, y sé que todo se va a volver más difícil a partir de ahora. Cada año me olvido de este ciclo. Me empiezo a sentir triste y nostálgica. Me encierro en mí misma. Empiezo a deshacerme de ideas y cosas que hasta ahora me habían servido. Medito para bucear en mi interior. Observo las llamas del fuego y reflexiono.
Cuando lucho en contra de lo que me propone el otoño, noto dolor. Ayer, caminando, me dolía la rodilla derecha porque no quería dar un paso al frente. Quería caminar físicamente, pero no emocionalmente. No estaba preparada para ir hacia adelante. El dolor de rodilla me ralentizaba; así tardaba más en avanzar. De hecho, no avanzaba. Media vuelta y hacia casa. Camino sin andar; estoy a salvo aún.
Le noto distante; yo también lo estoy. Hay tensión, y no nos estamos entendiendo. La vida nos está retando, y tenemos que adaptarnos. Tenemos que cambiar de rumbo y reevaluar. Pinchazo en el útero: siento que se me desgarra. No tengo un lugar interno fértil donde sembrar mis pensamientos para luego parirlos al mundo. Noto que todo se tensa y que no estoy dejando fluir. Estoy agarrándome a lo pasado. Pero los árboles no se agarran a las hojas por no dejarlas caer. Saben que el suelo está acolchado y que la muerte no es algo que temer. Respiro y suelto. Dejo ir.
Lloro. A pleno pulmón. Lo saco todo y siento cómo mi útero se tensa aún más. Siento contracciones. Siento que me están acuchillando. Conecto con mi cuerpo y me recuerdo que el dolor no me puede matar. Que es solamente una sensación. Las sensaciones son interpretaciones de mi mente. Respiro profundo y poco a poco noto cómo el dolor cesa. Vuelvo a centrarme en el dolor, y mi útero vuelve a la guerra. Quiere matarme, pienso. Pero no puede; solo yo le puedo conceder ese poder. Tengo que respirar, así de nuevo todo se desvanece. Su amor, un bálsamo, y mi respiración, oxígeno.
He entrado en calor.
Salgo con mi manto de hojas al exterior. Cierro la puerta de casa y me despido. Salgo al sol. Hace cero grados, pero no siento frío. Me he protegido, pero también he respirado. He ido lento y, al caminar, he notado cómo me siento más ligera. Lloré y solté. Comprendí. Mi útero y mi rodilla ya no están en mi contra. Somos uno. Pertenecemos al mismo cuerpo y todo está en armonía.
Mientras paseo, observo mi entorno y me veo reflejada en cada cosa. Me veo en los pájaros que se posan en las ramas de los árboles más altos para estar al sol. Hacen lo mismo que yo. Salen de la oscuridad para sentir algo de luz. Absorben la energía del sol y sienten paz. Sienten que la tormenta cesó. Que, por hoy, todo ya pasó. Les escucho cantar y me imagino que dejan fluir, igual que hago yo. Estoy de pie en una finca escribiendo en el móvil, el sol dándome en la espalda y en la nuca.
Camino dos pasos y veo cómo el trozo de césped al que no le llega el sol está congelado. Lleno de hielo. Blanco. Tieso. Así me sentía yo, así se sentía mi útero, así se sentía mi rodilla. Me doy la vuelta, y el sol me da en la cara. Me detengo. Cierro los ojos y doy las gracias. El dolor me enseñó lo que necesitaba mi atención, y cuando se lo di, tal y como se vino, se fue.
Esa oleada de dolor se convirtió en una ola de paz, pero primero todo tuvo que explotar. Las explosiones sacan todo a la luz. Lo oculto queda ante los ojos de todos. Mientras me retorcía, jadeaba y lloraba como una mujer que está pariendo, mi dolor quedó expuesto al mundo. Se me hace imposible taparlo con la máscara. ¿Ves? Todo esto tenía dentro. Y por fin yo también lo veo: todo eso tenía dentro. Pero ahora es tanto tuyo como es mío.
El otoño llegó y llegará de nuevo el año que viene. El invierno llegará en pocas semanas, y entraremos en la parte más oscura del año. Veintiún días de oscuridad parecen pocos, hasta que los vives. No sé si estoy preparada aún. Siento que llevo desde septiembre en el inframundo y no sé si voy a tener que profundizar más aún. Pero sé que puedo bajar y volver a subir, a renacer.
Todo está llegando y no puedo detenerlo. Si intento detenerlo, mi cuerpo me hablará. Me hablará de la misma forma que me ha hablado siempre, y yo, que por fin estoy aprendiendo a hablar su mismo idioma, podré con ello venga como venga. Si hay que soltar, se suelta. Si hay que luchar, se lucha. Si hay que perdonar, se perdona. Si hay que escuchar, se escucha. Porque yo no estoy al mando del cosmos, y pensándolo bien, tampoco quiero estarlo.
Qué bonito </3 mucho ánimo para la etapa invernal. Yo también la he sufrido mucho siempre. Cuando era más pequeña solía escribir que "el invierno viene, cambia la letra V por la F y se va". Pero no hay verano sin invierno y todas las etapas tienen un propósito. Abrazos :)
Qué apropiado leer esto a la vez que Invernando, same vibe <3