A veces nos creemos que lo más lejano y lo más grande es mejor y te pasas meses o incluso años fantaseando con irte a aquellos lugares a vivir esas experiencias tan grandes y llenas de posibilidades.
Nos cuentan que en las ciudades hay más personas guays, más sitios y cosas para ver, más tiendas de tu estilo, más cafeterías de especialidad, más barrios exóticos, más eventos, más oportunidades laborales, más todo. Cuando ya te ves sumergida en la ciudad donde ibas a encontrarte todo lo que necesitabas y deseabas, extrañas tu pueblo y tu ciudad pequeña. Extrañas el café que te hacían en tu taza preferida con cariño y con mimo. Extrañas conocer cada calle de memoria y cruzarte con las mismas personas que conocías de vista. Extrañas la ilusión que te provocaba ver un extranjero vestido con unas Clarks Wallabees y pensar que habías visto un león en el safari. Extrañas poder coger el coche y en 15 minutos estar entre el mar y la montaña. Extrañas lo que tenías antes.
Pero no lo extrañas porque no apreciabas lo anterior ni porque no aprecias lo actual, extrañas porque te das cuenta de que la milonga que nos llevan contando toda la vida de que las ciudades son *el lugar* donde estar, no es cierto. Que la tranquilidad no tiene precio.
Las ciudades están llenas de personas con prisa, todos corriendo hacia el metro para no tener que esperar 120 segundos para el siguiente. Con prisa para ir al trabajo, al gimnasio, a clase, a una reunión, a comprar los regalos de navidad, a coger el autobús. Todo el mundo corre con sus cascos puestos en su propio mundo esquivando personas como obstáculos. Aquí no hay tranquilidad, no hay calma y no hay paz. Hay mucho movimiento, mucho “hacer”, mucho alboroto para a la vez, no hacer nada. Es un poco irónico pero si estas quieto, no estás haciendo. Y eso en las ciudades no tiene sentido. Porque si estás en una ciudad es para hacer cosas, no existe una vida aquí donde no hagas nada. No hay campo por donde pasear ni hay pájaros que te canten, no se ve el amanecer ni el atardecer. El reloj pasa muy deprisa y vives con la sensación de nunca tener tiempo.
Abajo en la calle las personas corren calle arriba, calle abajo. Pero desde aquí en mi escritorio con mi silla y mi estufa, el tiempo pasa lento y pasa sin prisa. En nuestra burbuja de realidad las cosas son distintas y estamos en harmonía, pero cuando cruzas la puerta, las cosas cambian y tienes que cambiarte de bando porque sino te comen.
La extrañeza que siento hacia mis vidas pasadas solo existe porque tuve el coraje de dejar eso atrás para lanzarme al vacío, llena de ilusión por lo nuevo y para probar cómo era la vida en otro lugar. Y después de saborearlo puedo decir que estoy a un paso más cerca de encontrar el lugar dónde quiere estar mi verdadero yo. Donde estaré en armonía con mi interior y donde pueda abrir la ventana, oír el viento y el cantar de los pájaros y seguir escribiendo; que el aire de la ciudad me atrofia el cerebro.
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See you on Monday,
Ejjjjjjhd.