105. Regresar a casa después de unos meses fuera.
Qué es un hogar y relaciones familiares sanas.
Suelo escribir en inglés pero como este pomelo va sobre el regreso a casa, pensé que sería mejor usar la lengua que se habla en lo que yo considero mi hogar.
Hace una semana, C. y yo volvimos a España con la idea de quedarnos una semana y regresar a Francia, donde estamos viviendo actualmente. Vinimos en coche y el trayecto se alargó bastante más de lo esperado: doce horas.
Después de cuatro horas sentada en los asientos calientes de cuero azul, se me quitó la ilusión y fue reemplazada por ganas de vomitar y dolor de cabeza. El sol cada vez estaba más bajo y cada vez pegaba más fuerte en los ojos. Las curvas se veían cada vez más serpentinas y repetitivas. No podía más, pero todo cambió cuando cruzamos la frontera y llegamos a España. No había nadie en la cabina y de hecho, tenía pinta de que hace años que nadie se sentaba en la silla en frente de la ventanilla a revisar pasaportes. Aún así, yo sentí mariposas en la tripa y euforia de que ya estaba en mi tierra. Los carteles pasaron de estar en francés a estar en español y en vez de ver Super-U veía Mercadonas. Estaba en casa. Me sentía más ligera, podía relajarme.
Estaba en mi zona de confort.
Antes de venir a España, me pasaba los días imaginando cómo iba a decir “ta luego” al salir de las tiendas y de cómo iba a aprovechar a tener todas las conversaciones de besugo que podría ya que en español sé que frases meter para rellenar los silencios. Entiendo los códigos y sé cómo entonar el “bueenas” para sustituir el “buenos días” de siempre. Sé cómo preguntar con el verbo bien conjugado según la persona y el tiempo verbal, sé que existe lenguaje más allá del verbo en infinitivo. Tenía ganas de hablar con personas desconocidas y utilizar el lenguaje que en Francia aún no puedo usar.
Esas mariposas y esa ilusión por regresar a mi tierra no duró mucho. Cuando paseaba por la ciudad y veía lo que era antes el lugar donde habitaba, me sentí extraña. ¿Yo vivía aquí?, ¿es aquí en serio a donde veníamos a hacer la compra cada semana?, ¿ha sido siempre así? Por alguna razón, todo sentía ajeno a pesar de haber vivido ahí más de un año.
Esto llevó a que pensara mucho en mi tierra, mi hogar, mi lugar y mi casa. ¿Dónde era mi hogar entonces? La conclusión a la que he llegado ahora es que mi casa soy yo. Mientras la vocecita de mi cabeza siga hablando, mi casa será mi cuerpo. Da igual dónde esté mi cuerpo físico en el mundo porque siempre estaré en casa y la sensación de sentirme a gusto en mi hogar viene de dentro y como consecuencia se irradia al exterior.
Si mi casa está patas arriba y llena de ansiedad, cualquier parte del mundo lo sentiré como hostil y peligroso. Pero si mi casa está recogida y llena de paz, cualquier lugar lo sentiré como un lugar seguro y lleno de oportunidades. He vivido muchos años de mi vida con mi mundo interior hecho un caos y eso ha influido directamente en cómo interactuaba con el mundo exterior. Vivía en alerta y con miedo. Sobrepensaba las cosas y me metía en bucles infinitos, pero ahora que he dado bastantes pasos hacia adelante y vivo en un estado de calma, soy capaz de interactuar con las personas y con el mundo de una forma muy distinta.
A pesar de sentir que mi hogar soy yo, siento que también existen otros lugares que pueden ser safe havens (lugares seguros) y que esos lugares por muy lejos que nos vayamos, siempre estarán disponibles para cuando los necesitemos. En mi caso, siento que la casa de mi mamá Belén es precisamente eso: un lugar seguro. Mi tía Fran siempre dice que “home is where you can open the fridge and take anything you want without feeling like you need to ask permission” y así es como me siento en la casa de mamá. Puedo ducharme y usar sus champús caros de Olaplex, puedo probar su exfoliante corporal de café en la ducha, puedo hacerme una cafetera con su café de Nomad Coffee y puedo comerme la última galleta sabiendo que no me chillará por hacerlo.
Siento que soy un pajarito que se ha despedido de su familia y se ha ido muy lejos a explorar sabiendo que mamá siempre estará construyendo su nido en el mismo lugar. Ese nido siempre tendrá los mejores palitos y las mejores hojas de los árboles más bonitos y siempre sentiré calor al llegar. Tendrá siempre algo de comida por si llegamos en cualquier momento y a pesar de estar ella sola, siempre hará un nido más grande para que podamos caber sus tres hijos cuando lo necesitemos. Eso para mi es la casa de mamá y a pesar de tener mi propia casa (y mente) en orden, sé que si paso por un momento en el que las cosas se ponen difíciles, el nido de mamá y mamá me cuidarán.
Volviendo a la realidad y dejando de lado los pájaros, tenemos C, A y yo una relación muy sana y preciosa con mamá que es fruto de muchas conversaciones muy incómodas y largas alrededor de la mesa del comedor. Cenas que comenzaron llenas de tensión pero acabaron con todas nuestras cartas sobre la mesa bocarriba. Todos los secretos y los sentimientos sin expresar quedaron a la vista de todos y pasados por manos de todos para ser observados. Nuestra relación familiar sana y libre es resultado de mucho trabajo colectivo e individual, y creo que esto es algo que seguirá siendo así siempre porque no existe un momento en el que todo queda resuelto para siempre. Las personas vivimos cosas y constantemente surgen cosas nuevas que se tienen que hablar, y esa es la sobremesa Baltanás. Siempre que estemos los cuatro vivos, sé que existirán cuatro nidos calentitos y acogedores.
Volver a mi país ha sido distinto a todo lo que me había imaginado, pero ha sido mejor de cualquier escenario que imaginé antes de quedarme dormida. Hemos tenido una sobremesa incómoda que ha roto fronteras, nos hemos conocido más, nos hemos cuidado, he hablado con libreras en español para decirles “ta luego”, he preguntado “perdone, podría decirme dónde quedan los yogures griegos” en el supermercado, he ido a la presentación de un libro que quería leerme y al salir fuera de mi zona de confort he conocido a personas muy chulas en esta ciudad en el que ya no vivo y he pasado un fin de semana entero con mi amiga Ángela. Siempre existen nuevas posibilidades si estás abierto a ellas y tu casa está en orden.
A pesar de amar mi hogar y de volver a nadar en aguas conocidas y calmadas, siento que vivir todos los días fuera de mi zona de confort, en Francia, me está ayudando mucho a crecer como persona y a abrir mis horizontes, cosa que me alimenta el alma ahora mismo.
Siempre habrá tiempo de volver, pero ahora toca volar fuera del nido.
Quería terminar este pomelo dedicándoselo a Ángela, la amiga que hice al mudarme a esta ciudad. Hiciste que mi año aquí fuese extra especial y ahora me demuestras que por muy lejos que me vaya, tus postales llegarán y que cuando vuelvo, siempre estás. Soy muy afortunada y donde estemos juntas, estaremos en casa.
💙
Que bonito Emily 💕
Qué bonito final! Y qué sabia tu tia Fran